Cundo tan solo te quería extrañaba tu presencia; pero cuanto te empecé a amar aprendí a extrañar tu lado más bello, aquel que solo podía sentir sin necesidad de más; porque se quiere lo palpable y visible, pero se ama aquello que es imperceptible a los ojos.
El cariño tiene que ver con un beso o una mirada; el amor en cambio con el inopinado suspiro que emerge desde el fondo del alma y nos sorprende con su dulce lenguaje.
Hasta la noche que encontré bajo aquel árbol solo aminé por la inercia del día a día; pero sucede que desde ese instante comencé a inventar mis mejores pasos en mi intento de llevarte segura de mi brazo. Sin embargo, ingrato fue mi aprendizaje cuando al primer traspié no supe levantarme con la prontitud que esperabas, y de pronto ya no estabas.
Hoy navego en mi mar de tempestades y solo consuelo me queda porque cada que cierro los ojos me cubro con el tibio calor que dejaste en casa tras tu partida. Es un hecho real que en medio de tata confusión olvidaste llevar lo imperceptible a los ojo, el amor que me diste.
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