Una mañana buscaba con
gran apuro la dirección que cuatro años atrás había anotado en alguna página
del gastado cuaderno con tapa de cuero en cuyo interior abundaban ilegibles y
desordenadas notas que dificultaban su empeño. De pronto, la concentración del
momento se vio interrumpida al llegar a
la página del lunes 22 de marzo en la que encontró una detallada frase
escrita con su puño que decía “16.01 pm - … me agregó!!”
Mientras contemplaba su
hallazgo esbozó una melancólica sonrisa que lo sustrajo del mañanero
apresuramiento y lo hizo retroceder en el tiempo hasta aquella tarde en la que
se encontró virtualmente con ella desde la habitación del campus norteño que la
universidad le asignaba cada vez que viajaba para dictar clases.
Ya absorto en aquel
episodio recordó la curiosidad que lo embargó cuando al apretar el link “nuevos
amigos” de su red apareció el bello nombre nórdico de la criatura que nunca
olvidó; recordó la profunda emoción que sintió cuando encontró un grupo de
fotografías en las que aparecía, siempre sonriente, siempre joven, siempre
divina. “No han pasado los años por ti, recordó haber dicho exaltado mientras
exploraba en todos los rincones de aquel jardín virtual en busca de más y más miradas
y sonrisas de aquella mujer, de aquella niña que fue el amor de su vida.
Luego de navegar entre
los recuerdos de lo mucho que sucedió después de la mágica tarde en el norte el hombre
volvió a su presente, sabedor de que aquel inolvidable episodio ocurrido a
las 4:01 pm del 22 de mayo de hacía cuatro años marcó un antes y un después en
su vida. Comprendió en ese instante por qué le era inevitable sentir en cada
sorbo del café caliente de su emblemática taza blanca el amargo sabor que le
producía no haberla sabido amar como ella necesitaba y merecía.
Esa mañana reparó, a
pesar de lo mucho que no la veía, en que la había perdido para siempre por su torpe proceder, pero también en que todo lo que vivió con ella fue un
inmerecido premio de Dios. Fue entonces, que con la delicadeza de siempre tomó
el marco de madera que reposaba sobre su vieja mesa para acariciar una vez
más la fotografía que tenía de ella, sustrajo del cajón el viejo poemario
en una de cuyas añejas páginas reposaba la rosa amarilla que alguna vez ella
tocó, y entre suspiros le escribió esta canción.
Sólo caminaba por el
mundo,
y una tarde de aquel
marzo, la encontré.
Nos sentamos solos
frente a frente,
y poco a poco, nos
amamos, otra vez.
Un día de varios, nos
miramos,
nos tocamos, nos besamos,
y así fue.
La historia de amor
eterno, de la bella y el labriego
que entre rosas mil
canciones le escribió.
Una historia que ni el
tiempo,
le arrancó de sus
recuerdos
porque sueña con volvérsela,
volvérsela a encontrar.
Sola caminaba indiferente,
por la playa de los
solos, y la vi.
El canto del viento y las
gaviotas
le entonaban melodías
a su andar.
Un día de varios, nos
miramos,
nos tocamos, nos besamos,
y así fue.
La historia de amor
eterno, de la bella y el labriego
que entre rosas mil
canciones le escribió.
Una historia que ni el
tiempo,
le arrancó de sus
recuerdos
porque sueña con volvérsela,
volvérsela a encontrar.
Beto Pejovés
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