domingo, 8 de junio de 2014

Una historia de la vida real

Una mañana buscaba con gran apuro la dirección que cuatro años atrás había anotado en alguna página del gastado cuaderno con tapa de cuero en cuyo interior abundaban ilegibles y desordenadas notas que dificultaban su empeño. De pronto, la concentración del momento se vio interrumpida al llegar a  la página del lunes 22 de marzo en la que encontró una detallada frase escrita con su puño que decía “16.01 pm - … me agregó!!”


Mientras contemplaba su hallazgo esbozó una melancólica sonrisa que lo sustrajo del mañanero apresuramiento y lo hizo retroceder en el tiempo hasta aquella tarde en la que se encontró virtualmente con ella desde la habitación del campus norteño que la universidad le asignaba cada vez que viajaba para dictar clases.

Ya absorto en aquel episodio recordó la curiosidad que lo embargó cuando al apretar el link “nuevos amigos” de su red apareció el bello nombre nórdico de la criatura que nunca olvidó; recordó la profunda emoción que sintió cuando encontró un grupo de fotografías en las que aparecía, siempre sonriente, siempre joven, siempre divina. “No han pasado los años por ti, recordó haber dicho exaltado mientras exploraba en todos los rincones de aquel jardín virtual en busca de más y más miradas y sonrisas de aquella mujer, de aquella niña que fue el amor de su vida.

Luego de navegar entre los recuerdos de lo mucho que sucedió después de la mágica tarde en el norte el hombre volvió a su presente, sabedor de que aquel inolvidable episodio ocurrido a las 4:01 pm del 22 de mayo de hacía cuatro años marcó un antes y un después en su vida. Comprendió en ese instante por qué le era inevitable sentir en cada sorbo del café caliente de su emblemática taza blanca el amargo sabor que le producía no haberla sabido amar como ella necesitaba y merecía.

Esa mañana reparó, a pesar de lo mucho que no la veía, en que la había perdido para siempre por su torpe proceder, pero también en que todo lo que vivió con ella fue un inmerecido premio de Dios. Fue entonces, que con la delicadeza de siempre tomó el marco de madera que reposaba sobre su vieja mesa para acariciar una vez más la fotografía que tenía de ella, sustrajo del cajón el viejo poemario en una de cuyas añejas páginas reposaba la rosa amarilla que alguna vez ella tocó, y entre suspiros le escribió esta canción.

Sólo caminaba por el mundo,
y una tarde de aquel marzo, la encontré.
Nos sentamos solos frente a frente,
y poco a poco, nos amamos, otra vez.

Un día de varios, nos miramos,
nos tocamos, nos besamos, y así fue.
La historia de amor eterno, de la bella y el labriego
que entre rosas mil canciones le escribió.

Una historia que ni el tiempo,
le arrancó de sus recuerdos
porque sueña con volvérsela,
volvérsela a encontrar.

Sola caminaba indiferente,
por la playa de los solos, y la vi.
El canto del viento y las gaviotas
le entonaban melodías
a su andar.

Un día de varios, nos miramos,
nos tocamos, nos besamos, y así fue.
La historia de amor eterno, de la bella y el labriego
que entre rosas mil canciones le escribió.

Una historia que ni el tiempo,
le arrancó de sus recuerdos
porque sueña con volvérsela,
volvérsela a encontrar.

Beto Pejovés




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