martes, 3 de marzo de 2015

Sin mirarse

Como puede ser la vida de extraña, me dijo uno de los dos. Tan extraña como que dos seres que alguna vez fueron uno hoy se cruzan como absolutos desconocidos. 

Pregunté entonces. Desconocidos por el tiempo y la distancia? O simple cobardía de evitar cruzar sus miradas para no verse el alma que nunca miente. Cobardía mía fue, dijo triste, porque la duda del olvido hace mejor el reposo del dolor, y porque bastó sentir su aire para saberme vivo. Y alegría también dijo con leve sonrisa, porque por osados segundos vi sus deliciosos gestos y su andar de niña eterna, porque oí su voz desde lejos, porque fui inmensamente feliz al tenerla tan cerca.

Pasó detrás de mí sin yo verla comentó, pero al sentir su presencia volteé y era ella, que vestida de negro y con su particular andar se dirigió hacia la vitrina de los dulces. Con precaución detectivesca la vi a través del espejo que reflejaba su imagen y por fin tuve frente a mis ojos a la soñada que no logro arrancar de mi corazón; se veía tan dulce como los coloridos productos que escogía con infantil entusiasmo.

Al preguntarle por qué no se acercó a decirle hola, respondió que temió hacerlo por la desesperación que le hubiera causado no poderla besar, y por eso huyó del lugar. 

Beto Pejovés




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