Que fuera si me diera un minuto; un minuto de ese amor que me hizo feliz; un minuto frente a mí que extraño tanto y tanto aquella mirada que iluminaba mi vida; aquella voz que recitaba palabras bonitas como solo los violines recitan el sonido angelical; y aquella paciente comprensión que atenuaba con ternura mis caprichos de vago emocional.
La conocí en la niñez y la amé por treinta años aún sin verla; luego fue mi cómplice en el amor desde aquel primer beso que nos refundió en la sublime pasión que aún me estremece; y hoy, el más bello recuerdo que me reconforta el alma en cada instante de mis días.
Que importaría vivir agónico si me diera un minuto para decir lo que requiere una eternidad; un minuto para ser justo porque injusto fui; uno solo para cantar su canción como hace tanto, cuando era niña y todo era ilusión.
Si un minuto yo tuviera, en un minuto le diría mi amor, con un gesto, una mirada, o tal vez con un beso si la dicha ella me diera. Y la luna, sonriendo entre las hojas batientes como impacientes amantes en pos del minuto ansiado, sería la muda testigo de que solo el amor puede convertir un minuto en toda una eternidad.
Beto Pejovés
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